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El Ciego.


Flor oscura de Jose Baruco entrada el ciego Cada día amanece. Y cada día estoy en la ventana, temeroso y resignado de que esto suceda. El alba, a veces parece una cortina de gris acero, y otras, los tonos del horizonte fabrican en mi retina formas caleidoscópicas que complican aún mas mi maraña de viajeras sensaciones que transitan en mi cabeza.

Las luces me abren los ojos que durante horas estuvieron sellados a la contaminación del tránsito de vida, me obligan a rediseñar el mundo paralelo de dimensiones flotantes que durante la noche había fabricado. Comienzo a notarme, a saber que soy masa, que peso, que no buceo en lo etéreo de los limbos construidos, que no estoy muerto.

Si fuera ciego, no vería los huecos iluminados de las ausencias donde los primeros luceros se acunan, dejaría de escuchar el silencio de los senderos sin caminantes que desde mi ventana diviso. Continuaría en mi fortaleza de pensamientos que fuí tejiendo desde la noche anterior, donde no hay mas que recuerdos envueltos en nubes de azúcar de algodón y deseos estuchados en delicados papeles de plata que nunca se abrirán.

Si fuera ciego no habría día, habría noche. No habría vida, habría muerte, habría esperanza. Esperanza de alargar las ilusiones para que unos miserables rayos de luz no puedan devolverme al tránsito del tortuoso deseo de alcanzar el ocaso, cuando de nuevo, mis ojos vuelven a cerrarse, y ahí, yaciendo en sábanas en blanco abro la puerta de mi castillo reinventado, de mi opaca morada que mis ojos de ciego hicieron para mí.


Gracias por vuestra lectura. José Baruco.

El tercer vagón.


EL TERCER VAGÓN

Mis viajes en tren son raros. Son raros porque el tren vuela.

Si,si. Vuela, literalmente vuela.

En la estación mezclados entre el resto de los pasajeros, nos vamos reconociendo. Disimulamos ser personas normales y tener vidas normales. Un hombre de gafas leyendo un peridico, una joven con un smart que a veces sonríe y a veces llora, un hombre de color que va a mercar con una carro de la compra, una mujer de mediana edad, de las que los maquillajes no le ocultan los castigos de la vida...

Ya en el tren, siempre ocupamos siempre el tercer vagón. Casi siempre los mismos,siempre hay alguno nuevo y alguno que falta, y sentados en el mismo lugar. Equidistantes, sin hablar entre nosotros, pero ya preparándonos para el viaje, mirando todos hacia adelante, despojados ya de la careta de urbanidad que portábamos. Permancemos quietos , inmóviles, expectantes a que el tren arranque.

Éste comienza su camino y parece que este vagón se ha hecho hermético, nadie se sube ni se baja en las paradas. Nunca, jamás pasó un interventor y en las pantallas de información nunca se ve ni se dice cual es la próxima parada. Si la hay para este vagón.

Tras un oscuro y negro tunel, aparece un pequeño valle bastante cerrado, donde el tren casi toca la arboreda de los lados, y de repente un puente, un vacío y... el tren comienza a volar... Como en un coche que se sale de una autopista para una carretera secundaria, el vagón ha trazado una ruta curva y ascendente, de forma lenta y progresiva.

Es raro, en el vagón del tren oscurece, y en el exterior amanece, se ofrece un juego de luces extraño. Vamos dejando a nuestros pies las largas filas de luces de los coches, las luces de las casas y el mosaico de contrastes de las nubes encendidas por las primeras luces de la mañana.

Y los viajeros de este vagón de tren comenzazamos a sonrerir. Empezamos a movernos, lentamente, a mirar unos para otros,como maniquís que poco a poco despiertan de su sueño eterno.

Sabíamos que este momento iba a llegar, esperanzados de llegar a nuestro destino, donde se nos dará una plaza de estancia o un billete de vuelta. Despojados de nuestras ropas y ya semitrasnparentes, deambulamos por el vagón de un lado a otro, flotando, y vemos por las ventanas, que otros vagones, se van uniendo a la voladora procesión de la esperanza. Y cada vez mas y mas. Cientos de vagones de tren, hacia el incierto destino de la eternidad.


Y vamos llegando hacia una luz, un tunel de luz blanca, lechosa, El vagón pasa por el tunel y como de una explosión mental se tratase , un ser invisible pero presente nos hace visualizar nuestros actos desde nuestro último viaje. Y nos aprueba o nos descarta para quedarnos ya en el limbo de las ánimas o nos devuelve a nuestro origen, para que sigamos depurando nuestros actos y podamos preparar nuestro próximo viaje.

El vagón sale del tunel y comienza lentamente el descenso de nuestro regreso. No estamos todos los de antes, alguno se ha quedado. Sabemos que esta vez no ha podido ser. Y tristes y desanimados,comenzamos nuestra metamorfosis de vuelta a la purgación de nuestras vidas.

El hombre de las gafas, ya tiene gafas, y periódico, la chica vuelve a tener su móvil, y yo vuelvo a tener mi eterna ropa sucia y vieja.

El tren llega puntualmente a la estación. Del vagón numero tres, se han bajado menos viajeros y, de nuevo disfrazados de normalidad y de vidas cotidianas.

Dentro de quince dias. Volveré de nuevo a la estación. Volveré a coger el vagón número tres y espero que sea mi último viaje. Tarde o temprano, lo será y será otro quien ocupe mi plaza en el vagón número tres.

Jose Baruco.

El Tocador de Piano

EL TOCADOR DEL PIANO.

Es la hora de las cenas. El patio de luces del edificio está bullicioso, y como todavía hace un poco de calor en este suave otoño las ventanas abiertas se convierten en altavoces de las vidas.

Sobre el fondo del telediario se oye el sonido de batir huevos para una tortilla, la cadencia átona de una radio antigua, con ese run-run de los informativos, algún bebé que llora, persianas que se bajan, etc.  Es acogedor, son los sonidos de la vida, la de verdad, la de cada uno.

Pero no estoy en esta ventana a oscuras para ver esta cotidianeidad. Estoy apostado en ella y permanezo a la espera. Sigiloso, como un gato negro en un tejado. Y me doy cuenta que poco a poco vamos siendo mas.

El patio interior, ya tiene menos tonos; donde antes había huecos de luz como fotos de los años 50, ahora ya hay tenues sombras de siluetas humanas que se delatan por las luciérnagas del tabaco que brillan y se apagan como suspiros de vieja.

Y de repente, sucede. Las notas de alguien al piano comienzan a escalar por el mosaico de las ventanas de cocinas y salones, reptando, como un tango "arrastrao",  inundando los hoyos de la tristeza que los luceros de los lejanos horizontes habían construido.

El auditorio del patio comienza entonces su viaje. Como humo de velas que se elevan cuando se apagan por un soplido, vamos saliendo desde cada ventana con una suave ascensión hacia los destinos de nuestras frustraciones. Como ánimas, gaseosos como nube, amorfos.

Desde el techo del skyline, deambulamos sin orden ni rumbo, recordando, amando, odiando y sobre todo, llorando. Llorando la maldición que nos trajo aquí, la soledad que hizo que nos asomásemos a la ventana a ver la vida, y que permitío que esas partituras nos inyectaran esa dulce y embriagadora ponzoña. que nos alimenta dia tras día.

Tras un rato. el piano ha dejado de sonar, y la gravedad del dormitorio nos atrae de nuevo a la silla junto a la ventana. Ya casi no hay luces, sabemos que estamos ahí, vemos nuestras sombras y de nuevo las luminarias de los encendedores confirman una indiscreta complicidad entre los viajeros de los viajes sin sentido.

Mañana volverá a tocar. A la misma, hora, con el mismo telediario, con el mismo soniqute de vida.
 Nadie quiere estar, pero nadie huirá de  aquí, y nos envenenaremos de nuevo  con la pócima mágica y adictiva del Tocador del Piano.  

Jose Baruco.

El Cubo

EL CUBO

Abro los ojos,

El cubo es blanco. Y hay una lámpara blanca, horizontal y plana en el techo. Con una bombilla, de esas de las tiendas modernas, de luz fría..

No hay ventanas, ni puertas, ni cuadros, ni espejos ni nada. Solo paredes.

Me miro y me veo. Y veo mi ropa blanca, camisa y pantalón como ibicenca, descalzo.

Estoy de pié en el centro y empiezo a ver que hay a mi alrededor. Miro hacia arriba, abajo y a los lados. No hay nada. Giro sobre mi mismo y me da la sensación que el cubo también gira en el sentido contrario a mí. Me detengo y se detiene.

Me doy cuenta de que no todo es totalmente blanco. La luz, que no está exáctamente en el centro proporciona mas intensidad a unas zonas que a otras aplicando una fría escala de hielos y nácares a las paredes.

Ya no hay mas que hacer, la observación ha terminado. Así que empiezo a pensar. Sin querer y casi por defecto, aplico un fondo gaseoso blanco a mis recuerdos, como si una gasa del vestido de una novia envolviese la cámara antigua de mis vivencias.

Voy ubicando las etapas de mi vida en zonas. Construyo estanterías y habitáculos de sombras. Las de mi juventud en un sitio retirado, las de mis hijos en una zona gris clara con mucha luz, las gratas en una discreta esquina, con tres tonos de inquietante palidez ; y las ingratas, en el aire, flotando, densificando la luz, espesando el contraste del eco que producen las risas de los juegos de los niños de mi infancia.

Lentamente. el cubo empieza a girar y yo lo hago también en sentido contrario. Se que el cubo con el giro se va a hacer redondo, y después cónico, como un embudo. Y quiero resistirme, aunque sepa que no podré hacer nada. Se qué desembocará en una profunda espiral que irá adentrándose en el subsuelo de lo que haya en el exterior.

La luz se atenúa con el movimiento y el giro cada vez es mas rápido. Ahora los recuerdos está en fotos, estampados contra la pared, fotos animadas , pequeños vídeos que relatan trocitos de mi vida. Es una situación placentera ver cosas que había olvidado, mis padres, mis hijos... no me da tiempo a mirar a todo, están por todos lados. Lejos de inquietarme estiro el brazo para tocar la lámpara, esto me demostrará que estoy vivo, de que tengo que hacer algo, pero no llego. Así que me quedaré con la incertidumbre para siempre. Me quedaré viendo imágenes sin cesar...

Jose Baruco.

En el fondo del Mar

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Ya llevo un tiempo en el fondo del Mar. No se cuanto, y tampoco sé cuanto tiempo mas voy a estar.

Es un sitio, tranquilo, monótono, azulado. Es oscuro, en ocasiones se ve un resplandor en lo mas alto. Debe ser el sol. 


Ya no salgo casi nunca a la superficie, me acostumbré a este lugar, tampoco lo hacen los peces que por aquí navegan.  


No se si es de día o de noche, me da igual, no se si pasa el tiempo, y si es así, tampoco sé si es necesario.


Al principio me costó adaptarme, no veía nada. Me esforzaba en abrir los ojos y poco a poco fuí descubriendo matices de color de azul y gris para adivinar las formas del fondo marino y de las plantas y animales que se mecen al unísono.


Quise aferrarme a las rocas del suelo pero las corrientes, constantes y poderosas me arrastraban. Así que aprendí a deslizarme entre ellas. Me acariciaban mi cuerpo desnudo casi obscenamente y yo me dejaba. 


Aprendí a escuchar lo que no oía, los ruidos del centro de la tierra, la llamada de la madre Naturaleza hacia su regazo de pureza. Me embriagué con los lejanos cantos de la ballenas, sordos, átonos, constantes , lejanos faros sonoros en la oscuridad.


Así que ahora deambulo por un océano de humo liquido, sin mas rumbo que el los violines de las ballenas y los susurros de las mareas. 


Ya no respiro, ni como, ni bebo. "Inspiro" agua por la nariz y la expulso por la boca, lo aprendí de los peces que siempre están aquí, temerosos de mi compañia.  No sé donde me duermo y tampoco sé donde me despierto. 


Hoy he visto un pecio, un barco hundido. Era el único ser del fondo del mar que reconocía que era ese amasijo de hierro y objetos herrumbrosos y ya cubierto por los primeros mantos coralinos 


Me causó curiosidad, así que me adentré entre sus bodegas y camarotes. Me encontré con restos de una vida terrestre, con objetos que vagamente me recordaban una vida anterior. Por un instante, mi mente hizo un viaje de miles de dias hacia el pasado y no logró recordar mas que un acantilado y el rompiente de las olas bajo mi fija y obstinada mirada a la blanca espuma que se batía en duelo con las rocas. ¡Dios mío¡ ¡Cuanto hace que estoy en el fondo del Mar¡ 


Una puerta abierta me condujo a un habitáculo, parecía la habitación de una dama. Todavía había ropas contra el techo, deshilachadas, muebles y objetos de madera que nunca saldrán de ese jaula submarina, historia que jamás se contará. Y allí estaba, de entre la nube de agua, apareció aquel espejo, grande, casi ya opaco.  


Y me ví, Mis ojos ahora eran mas grandes y mi cara afilada, sin pelo y casi sin orejas. Ni tan siquiera tengo piernas , ni brazos, ni manos. Esto que escribo, no lo escribo, solo lo pienso. O creo que lo pienso.


No quise contemplar mas. Las letanías de las ballenas ya se oían lejos y no quería perder la guía sonora de mi senda marina. 


No sé cuanto tiempo mas estaré en el fondo del Mar. tampoco se con claridad si esto es el  Mar.



Jose Baruco.   

El Tránsito

Por favor, póngame otra cerveza.

El autor de esta frase no es el típico estador de bares que ha convertido el local en un lugar de habitación permanente. 

El autor de esta frase es un tipo joven, bién vestido, en apariencia culto, que en ocasiones habla con personajes puntuales y a los que les cuenta las cosas de sus viajes. 

Viste traje, siempre aseado, con un maletín de portátil y un móvil que nunca utiliza. Siempre viene los viernes por la noche. 

Bebe cerveza de importación, de las morenas, de las que bién tratadas con el juego de luces de la barra, se convierten en manás de espumoso oro.

Aunque la tiene,no hay prisa, hay que proceder al ritual, a la contemplación de la espuma, a la percepción de ese fuerte olor. El hombre la mira fíjamente, mientras se va produciendo la magia...

Es el momento, la luz ocre que emana la malta atraviesa dulcemente sus ojos y lo retrotraen a su semana de trabajo. Se ve con clientes, con gestiones de éxito, con residuos orales de conversaciones fructuosas. Le vienen ganas de contarlo,a su familia, de compartirlo y se promete hacerlo.

El primer trago de la cerveza es fantásrico, sensacional, es cuando ese micromomento de sensaciones concentradas y esa primera estancia en la boca se casan de una forma única.

Nuestro hombre ya está en su sitio, ya ha acabado la semana de trabajo. Y está en el tránsito hacia el fin de semana familiar. Ha comprado su recompensa, su medalla, y brinda consigo mismo sobre si mismo y sobre su misma utopía de felicidad.

La música del local, comienza a sonar redonda. Alguien del bar, ha puesto, de forma cómplice que delatan cruces de sonrisas y miradas, canciones evocadoras de los pianos de los años 80.

Y otra vez. No hizo falta mirar a los destellos de la copa, su mente se ha ido otra vez, las melodías acompañan a sus indomables deseos de futuro. Y se vé, se vé triunfando, ve lo que va a ser su vida a lo lejos con su familia, con sus proyectos cumplidos, sin límites, con la ambición propia de un solemne brindis. 

Llega la hora de irse, a su casa con su familia. Su momento ha pasado, ha cruzado el tránsito, y esta vez sí, lo hará; Hablará con su mujer, con sus hijos, les inundará de sonrisas e ilusiones contando sus planes. Tiene fuerza, es poderoso.

Hola, ¿que tal el viaje?. Bién, como siempre, sin grandes novedades, muy cansado. ¿los niños? Acostados, mañana madrugan, tienen basket y tenemos que ir al super, a comprar ropa... 



El Hombre de Negro



Desde la playa, donde jugábamos al fútbol, cuando ya casi no había mas luz que los tristes ocasos de los acantilados norteños veíamos todos los días llegar a un hombre  Era el temible, el cruel Hombre de Negro.

Corríamos hacia las calles, despavoridos, sin mirar atrás ya que solo cruzar su mirada, era una maldición , un presagio de maldad, el preludio de una terrible maldición. 

Decían los viejos que El hombre de negro, vivía en las cuevas del acantilado, en un sitio donde nadie ha estado jamás. Secuestraba a niños, mataba a los gatos que se encontraba en su camino, y robaba por las noches en las casas de los ancianos que vivían solos.

Nuestros padres nos contaban historias terribles, de lúgubres mazmorras y cadenas herrumbrosas de las carceles donde había morado, estaban atemorizados por él; nadie había que supiera cual era su nombre ni nadie había hablado con él.

Pero ahí estaba, todos los días, al anochecer aparecía, como de repente, tras una breve brisa de mar, caminando desde el otro lado de la playa, siempre en dirección al sol. Siempre solo, siempre de sombrero, siempre de negro.

El hombre de negro un día, desaparecío. Y nunca mas lo ví. Mientras tanto me mantuve ocupado construyendo una fortificación contra su terrible poder. Seguí los consejos de mis extintos padres, alimenté mis conocimentos, construí una familia y transmití el conocimiento del Hombre de Negro a mi hijos que hicieron lo mismo con sus hijos.

Me sentí seguro en mi castillo, fuerte, capaz de enfrentarme a él. 

El tiempo hizo lo demás, imprimió solera a los sellos de las puertas que el miedo cerró. le dió ese tufo rancio de las habitaciones cerradas durante años pero que su interior hay muebles de exóticas vetas.  

Hoy paseo por el ocaso de mi vida en una playa solitaría. Y a través de mis gafas del tiempo veo a los lejos un grupo de chicos que juegan al futbol. Casi no hay luz, solo unos pequeños destellos de un moribundo sol que se esconde tras las crestas arbóreas de los acantilados.

Se alertan, se paran se mirán y corriendo recogen sus cosas y se van hacia las calles, donde las luces de los bares les ofrecerán refugio.

Tienen miedo, y sus padres, con los platos de la cena en la mesa  les dirán que soy yo, que yo soy el Hombre de Negro.

Jose Baruco