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Manólogo

En memoria de Manuel Álvarez, Manolo el Cubano, 30 Mayo 1921, Cuba, 23 Dicienbre 2016, Gijón. 95 años. el mas antiguo de la familia Álvarez, 

Manolo el Cubano, poeta en su esencia, iba a leer esta poesía y un texto sobre su vida el día de Nochebuena 2016 ante sus compañeros de la residencia donde residía, con claras alusiones a su desaparecida esposa Lola, pero Manolo falleció el día anterior con 95 años de edad. 

Desde aquí uno de tus homenajes Manolo, siempre con nosotros. 

Imagen, Buque "La Habana" que transportó a todo el origen de  la familia Álvarez desde Cuba a España. 

"Ya soy viejo, para escuchar palabras en el aire, 
para soñar con algo inalcanzable.

Ya soy viejo, para arriesgarme en la vida

protagonismo de comediante,

Ya soy viejo, no deseo ni joyas ni perlas, ni diamantes, 

ni quimeras disfrazadas con palabras elegantes.

Ya soy viejo para envidiar al "Mister Universo" brillante,

prefiero la serenidad de las rimas de Becker, 
a que la oscuridad de ti me aparte

Ya soy viejo, para tantas cosas

y sin embargo seguiré siendo joven para siempre adorarte. "

Manolo el Cubano

El Sueño

El Sueño. 
Otro día mas, lo imposible se puede hacer real: En el mundo de los sueños.
Compulsívamente deseo que se acabe el día para que, en el momento de que las retinas de mis ojos abandonen lo real y traspasen la frontera de los mundos imaginados, virtuales y fabulosos de nuestra mente emocional, mi cerebro y mi cuerpo encuentren el estatus de la NADA
Cada día quiero que ese tiempo sea mas largo, siempre adornado con la difusa luz gaseada de la luna difuminada por la bruma de mi traicionera mar.
Otro dia mas, tras el paseo sobre la platea del océano, después de haber conversado con las gaviotas y las olas, y tras intentar robar a la luna esa inalcanzable estrella sobre el mar, me abandono en los sueños. Ellos me devolverán la vida que pierdo a diario con la cotidianeidad de los momentos vividos.
El sueño, el no pensar, el no razonar, es mi estado ideal. 




Soy Jose Luis, gracias a todos por leerme. 

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Dos hombres y un albor

6:30 de la mañana, un hombre en una playa. Una impetuosa necesidad de ir al Mar, le sacó de la cama. La noche había sido agitada, muchos malos sueños, con muchas personas, muchos agobiantes escenarios, que recuerda como reales. Todavía bajo el efecto onírico, la bruma del mar y alboreando tímidamente, camina despacio, casi cansino, por el paseo, en dirección al espigón del oeste, el espigón de los muertos vivientes.  

Se le hace raro el camino, siempre visitó este sitio por la noche, al oscurecer o en alta madrugada, y veía la luz esconderse por el lado contrario al que la vé ahora nacer. Se le agolpan de repente tantas vivencias en este lugar, tantas perlas que se resbalaban desde sus ojos, tantas velas por las personas buenas, tantos perfumes salinos y cuantas sinfonías de arpa marina con el único coro del ruido de viento. 

Ve a lo lejos a un hombre, de pié, mirando fijamente las luces de los barcos fondeados. Le sorprendió, no esperaba encontrar a nadie. 

Según se aproxima, el hombre sigue inmóvil, su constitución era parecida a la suya, incluso sus ropas, y poco a poco se va inquietando. Pero un algo inexplicable le dice, le ordena, que debe acercarse. Ya hay un poco de luz, y ya se distinguen detalles, su pelo es como el suyo, sus zapatos, su postura... Está temeroso de lo que se pueda encontrar. 

De repente, el otro hombre se da la vuelta, y él queda frío:  !Es sí mismo¡¡ , o al menos otro él. Queda casi inmovilizado, solo pudo observar que tiene un aspecto como difuminado, como gas sólido. El otro él, le puso las dos manos en los hombros, como en señal de confianza y le dio un escalofrío, 
El otro: Hola
El : Hola, ¿que está pasando?
El otro: Te esperaba, he venido a despedirte de mi. A este espigón de los muertos vivientes, 

Justo en ese momento apareció el primer destello de luz solar, y el otro le movió hacia la luz. Mira, dijo, Y los dos dirigieron la vista hacia el amanecer. Sentémonos, ordenó,  y lo hicieron sobre unas rocas. Miremos el amanecer, expresó. 

El hombre intentaba hablar, pero no podía, y de alguna forma sabía que el otro no le iba a responder. El otro él, solo miraba la luz, no gesticulaba, no parpadeaba no hacia nada. 

Entonces hizo lo mismo, ya que la luz entraba por sus ojos como si de una medicina balsámica se tratase, sentía como esa luz penetraba hasta en su sangre y regaba todo su cuerpo de la mágica vitamina universal. 

De repente se dió cuenta, que su otro él, venía a recoger su mochila de piedras, a recoger el lastre que penósamente arrastra y a trazarle el camino, el camino del sol, el camino del renacer, el camino de la luz. 

Por su mente pasó a velocidad de vértigo todos los fotogramas de la película de su vida; se dijo a si mismo que debía llenar el saco rápidamente, el saco que su otro él, le había proporcionado para llevárselo, si quería iniciar el camino. Así que comenzó a despojarse del traje de buzo que portaba , a vaciarse los bolsillos interiores de su cerebro , a desnudar su alma de los velos turbios que la deslucían. Solo se quedó con el eco que producía el vacío de su existencia. 

El otro él, seguía inmóvil, a medida que que la luz era mas intensa, su cuerpo gaseoso se desvanecía. Hasta que llegó el momento que totalmente desapareció. El, el primer él, se puso en pié, siguiendo mirando un rato el albor, aliméntandose de esa nueva energía que su otro él, le obligó a absorber. 

Bajó a la arena, y desde ahí, en la orilla, descalzo, alzó los brazos, ya no le pesaban, y se rindió ante el universo, se sintió ligero, ágil, fuerte y comenzó a andar hacia la luz, andar, andar, caminar, hasta el infinito y mas allá.... 



Soy Jose Luis, gracias a todos por leerme. 

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El Ciego.


Flor oscura de Jose Baruco entrada el ciego Cada día amanece. Y cada día estoy en la ventana, temeroso y resignado de que esto suceda. El alba, a veces parece una cortina de gris acero, y otras, los tonos del horizonte fabrican en mi retina formas caleidoscópicas que complican aún mas mi maraña de viajeras sensaciones que transitan en mi cabeza.

Las luces me abren los ojos que durante horas estuvieron sellados a la contaminación del tránsito de vida, me obligan a rediseñar el mundo paralelo de dimensiones flotantes que durante la noche había fabricado. Comienzo a notarme, a saber que soy masa, que peso, que no buceo en lo etéreo de los limbos construidos, que no estoy muerto.

Si fuera ciego, no vería los huecos iluminados de las ausencias donde los primeros luceros se acunan, dejaría de escuchar el silencio de los senderos sin caminantes que desde mi ventana diviso. Continuaría en mi fortaleza de pensamientos que fuí tejiendo desde la noche anterior, donde no hay mas que recuerdos envueltos en nubes de azúcar de algodón y deseos estuchados en delicados papeles de plata que nunca se abrirán.

Si fuera ciego no habría día, habría noche. No habría vida, habría muerte, habría esperanza. Esperanza de alargar las ilusiones para que unos miserables rayos de luz no puedan devolverme al tránsito del tortuoso deseo de alcanzar el ocaso, cuando de nuevo, mis ojos vuelven a cerrarse, y ahí, yaciendo en sábanas en blanco abro la puerta de mi castillo reinventado, de mi opaca morada que mis ojos de ciego hicieron para mí.


Gracias por vuestra lectura. José Baruco.

El tercer vagón.


EL TERCER VAGÓN

Mis viajes en tren son raros. Son raros porque el tren vuela.

Si,si. Vuela, literalmente vuela.

En la estación mezclados entre el resto de los pasajeros, nos vamos reconociendo. Disimulamos ser personas normales y tener vidas normales. Un hombre de gafas leyendo un peridico, una joven con un smart que a veces sonríe y a veces llora, un hombre de color que va a mercar con una carro de la compra, una mujer de mediana edad, de las que los maquillajes no le ocultan los castigos de la vida...

Ya en el tren, siempre ocupamos siempre el tercer vagón. Casi siempre los mismos,siempre hay alguno nuevo y alguno que falta, y sentados en el mismo lugar. Equidistantes, sin hablar entre nosotros, pero ya preparándonos para el viaje, mirando todos hacia adelante, despojados ya de la careta de urbanidad que portábamos. Permancemos quietos , inmóviles, expectantes a que el tren arranque.

Éste comienza su camino y parece que este vagón se ha hecho hermético, nadie se sube ni se baja en las paradas. Nunca, jamás pasó un interventor y en las pantallas de información nunca se ve ni se dice cual es la próxima parada. Si la hay para este vagón.

Tras un oscuro y negro tunel, aparece un pequeño valle bastante cerrado, donde el tren casi toca la arboreda de los lados, y de repente un puente, un vacío y... el tren comienza a volar... Como en un coche que se sale de una autopista para una carretera secundaria, el vagón ha trazado una ruta curva y ascendente, de forma lenta y progresiva.

Es raro, en el vagón del tren oscurece, y en el exterior amanece, se ofrece un juego de luces extraño. Vamos dejando a nuestros pies las largas filas de luces de los coches, las luces de las casas y el mosaico de contrastes de las nubes encendidas por las primeras luces de la mañana.

Y los viajeros de este vagón de tren comenzazamos a sonrerir. Empezamos a movernos, lentamente, a mirar unos para otros,como maniquís que poco a poco despiertan de su sueño eterno.

Sabíamos que este momento iba a llegar, esperanzados de llegar a nuestro destino, donde se nos dará una plaza de estancia o un billete de vuelta. Despojados de nuestras ropas y ya semitrasnparentes, deambulamos por el vagón de un lado a otro, flotando, y vemos por las ventanas, que otros vagones, se van uniendo a la voladora procesión de la esperanza. Y cada vez mas y mas. Cientos de vagones de tren, hacia el incierto destino de la eternidad.


Y vamos llegando hacia una luz, un tunel de luz blanca, lechosa, El vagón pasa por el tunel y como de una explosión mental se tratase , un ser invisible pero presente nos hace visualizar nuestros actos desde nuestro último viaje. Y nos aprueba o nos descarta para quedarnos ya en el limbo de las ánimas o nos devuelve a nuestro origen, para que sigamos depurando nuestros actos y podamos preparar nuestro próximo viaje.

El vagón sale del tunel y comienza lentamente el descenso de nuestro regreso. No estamos todos los de antes, alguno se ha quedado. Sabemos que esta vez no ha podido ser. Y tristes y desanimados,comenzamos nuestra metamorfosis de vuelta a la purgación de nuestras vidas.

El hombre de las gafas, ya tiene gafas, y periódico, la chica vuelve a tener su móvil, y yo vuelvo a tener mi eterna ropa sucia y vieja.

El tren llega puntualmente a la estación. Del vagón numero tres, se han bajado menos viajeros y, de nuevo disfrazados de normalidad y de vidas cotidianas.

Dentro de quince dias. Volveré de nuevo a la estación. Volveré a coger el vagón número tres y espero que sea mi último viaje. Tarde o temprano, lo será y será otro quien ocupe mi plaza en el vagón número tres.

Jose Baruco.

El Tocador de Piano

EL TOCADOR DEL PIANO.

Es la hora de las cenas. El patio de luces del edificio está bullicioso, y como todavía hace un poco de calor en este suave otoño las ventanas abiertas se convierten en altavoces de las vidas.

Sobre el fondo del telediario se oye el sonido de batir huevos para una tortilla, la cadencia átona de una radio antigua, con ese run-run de los informativos, algún bebé que llora, persianas que se bajan, etc.  Es acogedor, son los sonidos de la vida, la de verdad, la de cada uno.

Pero no estoy en esta ventana a oscuras para ver esta cotidianeidad. Estoy apostado en ella y permanezo a la espera. Sigiloso, como un gato negro en un tejado. Y me doy cuenta que poco a poco vamos siendo mas.

El patio interior, ya tiene menos tonos; donde antes había huecos de luz como fotos de los años 50, ahora ya hay tenues sombras de siluetas humanas que se delatan por las luciérnagas del tabaco que brillan y se apagan como suspiros de vieja.

Y de repente, sucede. Las notas de alguien al piano comienzan a escalar por el mosaico de las ventanas de cocinas y salones, reptando, como un tango "arrastrao",  inundando los hoyos de la tristeza que los luceros de los lejanos horizontes habían construido.

El auditorio del patio comienza entonces su viaje. Como humo de velas que se elevan cuando se apagan por un soplido, vamos saliendo desde cada ventana con una suave ascensión hacia los destinos de nuestras frustraciones. Como ánimas, gaseosos como nube, amorfos.

Desde el techo del skyline, deambulamos sin orden ni rumbo, recordando, amando, odiando y sobre todo, llorando. Llorando la maldición que nos trajo aquí, la soledad que hizo que nos asomásemos a la ventana a ver la vida, y que permitío que esas partituras nos inyectaran esa dulce y embriagadora ponzoña. que nos alimenta dia tras día.

Tras un rato. el piano ha dejado de sonar, y la gravedad del dormitorio nos atrae de nuevo a la silla junto a la ventana. Ya casi no hay luces, sabemos que estamos ahí, vemos nuestras sombras y de nuevo las luminarias de los encendedores confirman una indiscreta complicidad entre los viajeros de los viajes sin sentido.

Mañana volverá a tocar. A la misma, hora, con el mismo telediario, con el mismo soniqute de vida.
 Nadie quiere estar, pero nadie huirá de  aquí, y nos envenenaremos de nuevo  con la pócima mágica y adictiva del Tocador del Piano.  

Jose Baruco.

El Cubo

EL CUBO

Abro los ojos,

El cubo es blanco. Y hay una lámpara blanca, horizontal y plana en el techo. Con una bombilla, de esas de las tiendas modernas, de luz fría..

No hay ventanas, ni puertas, ni cuadros, ni espejos ni nada. Solo paredes.

Me miro y me veo. Y veo mi ropa blanca, camisa y pantalón como ibicenca, descalzo.

Estoy de pié en el centro y empiezo a ver que hay a mi alrededor. Miro hacia arriba, abajo y a los lados. No hay nada. Giro sobre mi mismo y me da la sensación que el cubo también gira en el sentido contrario a mí. Me detengo y se detiene.

Me doy cuenta de que no todo es totalmente blanco. La luz, que no está exáctamente en el centro proporciona mas intensidad a unas zonas que a otras aplicando una fría escala de hielos y nácares a las paredes.

Ya no hay mas que hacer, la observación ha terminado. Así que empiezo a pensar. Sin querer y casi por defecto, aplico un fondo gaseoso blanco a mis recuerdos, como si una gasa del vestido de una novia envolviese la cámara antigua de mis vivencias.

Voy ubicando las etapas de mi vida en zonas. Construyo estanterías y habitáculos de sombras. Las de mi juventud en un sitio retirado, las de mis hijos en una zona gris clara con mucha luz, las gratas en una discreta esquina, con tres tonos de inquietante palidez ; y las ingratas, en el aire, flotando, densificando la luz, espesando el contraste del eco que producen las risas de los juegos de los niños de mi infancia.

Lentamente. el cubo empieza a girar y yo lo hago también en sentido contrario. Se que el cubo con el giro se va a hacer redondo, y después cónico, como un embudo. Y quiero resistirme, aunque sepa que no podré hacer nada. Se qué desembocará en una profunda espiral que irá adentrándose en el subsuelo de lo que haya en el exterior.

La luz se atenúa con el movimiento y el giro cada vez es mas rápido. Ahora los recuerdos está en fotos, estampados contra la pared, fotos animadas , pequeños vídeos que relatan trocitos de mi vida. Es una situación placentera ver cosas que había olvidado, mis padres, mis hijos... no me da tiempo a mirar a todo, están por todos lados. Lejos de inquietarme estiro el brazo para tocar la lámpara, esto me demostrará que estoy vivo, de que tengo que hacer algo, pero no llego. Así que me quedaré con la incertidumbre para siempre. Me quedaré viendo imágenes sin cesar...

Jose Baruco.