Cada día amanece. Y cada día estoy en la ventana, temeroso y resignado de que esto suceda. El alba, a veces parece una cortina de gris acero, y otras, los tonos del horizonte fabrican en mi retina formas caleidoscópicas que complican aún mas mi maraña de viajeras sensaciones que transitan en mi cabeza.
Las luces me abren los ojos que durante horas estuvieron sellados a la contaminación del tránsito de vida, me obligan a rediseñar el mundo paralelo de dimensiones flotantes que durante la noche había fabricado. Comienzo a notarme, a saber que soy masa, que peso, que no buceo en lo etéreo de los limbos construidos, que no estoy muerto.
Si fuera ciego, no vería los huecos iluminados de las ausencias donde los primeros luceros se acunan, dejaría de escuchar el silencio de los senderos sin caminantes que desde mi ventana diviso. Continuaría en mi fortaleza de pensamientos que fuí tejiendo desde la noche anterior, donde no hay mas que recuerdos envueltos en nubes de azúcar de algodón y deseos estuchados en delicados papeles de plata que nunca se abrirán.
Si fuera ciego no habría día, habría noche. No habría vida, habría muerte, habría esperanza. Esperanza de alargar las ilusiones para que unos miserables rayos de luz no puedan devolverme al tránsito del tortuoso deseo de alcanzar el ocaso, cuando de nuevo, mis ojos vuelven a cerrarse, y ahí, yaciendo en sábanas en blanco abro la puerta de mi castillo reinventado, de mi opaca morada que mis ojos de ciego hicieron para mí.
Gracias por vuestra lectura. José Baruco.
Echaba de menos tus relatos, tus escritos. Ha merecido la pena la espera porque has vuelto a a lo grande.
ResponderEliminarPrecioso relato José.
WELCOME.
Touché,
EliminarNo sé cómo lo haces, pero es tan fácil empatizar con el personaje...
ResponderEliminarLas sensaciones se viven como propias. Muy bueno, José. Gracias.
Paz ( @marvilpaz )
Según leía iba reconociendo esa sensación que describes. Muchas personas en algún momento se han sentido así.
ResponderEliminarUn saludo desde Asturias.
Belén Sánchez Sánchez