EL TOCADOR DEL PIANO.
Es la hora de las cenas. El patio de luces del edificio está bullicioso, y como todavía hace un poco de calor en este suave otoño las ventanas abiertas se convierten en altavoces de las vidas.
Sobre el fondo del telediario se oye el sonido de batir huevos para una tortilla, la cadencia átona de una radio antigua, con ese run-run de los informativos, algún bebé que llora, persianas que se bajan, etc. Es acogedor, son los sonidos de la vida, la de verdad, la de cada uno.
Pero no estoy en esta ventana a oscuras para ver esta cotidianeidad. Estoy apostado en ella y permanezo a la espera. Sigiloso, como un gato negro en un tejado. Y me doy cuenta que poco a poco vamos siendo mas.
El patio interior, ya tiene menos tonos; donde antes había huecos de luz como fotos de los años 50, ahora ya hay tenues sombras de siluetas humanas que se delatan por las luciérnagas del tabaco que brillan y se apagan como suspiros de vieja.
Y de repente, sucede. Las notas de alguien al piano comienzan a escalar por el mosaico de las ventanas de cocinas y salones, reptando, como un tango "arrastrao", inundando los hoyos de la tristeza que los luceros de los lejanos horizontes habían construido.
El auditorio del patio comienza entonces su viaje. Como humo de velas que se elevan cuando se apagan por un soplido, vamos saliendo desde cada ventana con una suave ascensión hacia los destinos de nuestras frustraciones. Como ánimas, gaseosos como nube, amorfos.
Desde el techo del skyline, deambulamos sin orden ni rumbo, recordando, amando, odiando y sobre todo, llorando. Llorando la maldición que nos trajo aquí, la soledad que hizo que nos asomásemos a la ventana a ver la vida, y que permitío que esas partituras nos inyectaran esa dulce y embriagadora ponzoña. que nos alimenta dia tras día.
Tras un rato. el piano ha dejado de sonar, y la gravedad del dormitorio nos atrae de nuevo a la silla junto a la ventana. Ya casi no hay luces, sabemos que estamos ahí, vemos nuestras sombras y de nuevo las luminarias de los encendedores confirman una indiscreta complicidad entre los viajeros de los viajes sin sentido.
Mañana volverá a tocar. A la misma, hora, con el mismo telediario, con el mismo soniqute de vida.
Nadie quiere estar, pero nadie huirá de aquí, y nos envenenaremos de nuevo con la pócima mágica y adictiva del Tocador del Piano.
Jose Baruco.
El Cubo
EL CUBO
Abro los ojos,
El cubo es blanco. Y hay una lámpara blanca, horizontal y plana en el techo. Con una bombilla, de esas de las tiendas modernas, de luz fría..
No hay ventanas, ni puertas, ni cuadros, ni espejos ni nada. Solo paredes.
Me miro y me veo. Y veo mi ropa blanca, camisa y pantalón como ibicenca, descalzo.
Estoy de pié en el centro y empiezo a ver que hay a mi alrededor. Miro hacia arriba, abajo y a los lados. No hay nada. Giro sobre mi mismo y me da la sensación que el cubo también gira en el sentido contrario a mí. Me detengo y se detiene.
Me doy cuenta de que no todo es totalmente blanco. La luz, que no está exáctamente en el centro proporciona mas intensidad a unas zonas que a otras aplicando una fría escala de hielos y nácares a las paredes.
Ya no hay mas que hacer, la observación ha terminado. Así que empiezo a pensar. Sin querer y casi por defecto, aplico un fondo gaseoso blanco a mis recuerdos, como si una gasa del vestido de una novia envolviese la cámara antigua de mis vivencias.
Voy ubicando las etapas de mi vida en zonas. Construyo estanterías y habitáculos de sombras. Las de mi juventud en un sitio retirado, las de mis hijos en una zona gris clara con mucha luz, las gratas en una discreta esquina, con tres tonos de inquietante palidez ; y las ingratas, en el aire, flotando, densificando la luz, espesando el contraste del eco que producen las risas de los juegos de los niños de mi infancia.
Lentamente. el cubo empieza a girar y yo lo hago también en sentido contrario. Se que el cubo con el giro se va a hacer redondo, y después cónico, como un embudo. Y quiero resistirme, aunque sepa que no podré hacer nada. Se qué desembocará en una profunda espiral que irá adentrándose en el subsuelo de lo que haya en el exterior.
La luz se atenúa con el movimiento y el giro cada vez es mas rápido. Ahora los recuerdos está en fotos, estampados contra la pared, fotos animadas , pequeños vídeos que relatan trocitos de mi vida. Es una situación placentera ver cosas que había olvidado, mis padres, mis hijos... no me da tiempo a mirar a todo, están por todos lados. Lejos de inquietarme estiro el brazo para tocar la lámpara, esto me demostrará que estoy vivo, de que tengo que hacer algo, pero no llego. Así que me quedaré con la incertidumbre para siempre. Me quedaré viendo imágenes sin cesar...
Jose Baruco.
Abro los ojos,
El cubo es blanco. Y hay una lámpara blanca, horizontal y plana en el techo. Con una bombilla, de esas de las tiendas modernas, de luz fría..
No hay ventanas, ni puertas, ni cuadros, ni espejos ni nada. Solo paredes.
Me miro y me veo. Y veo mi ropa blanca, camisa y pantalón como ibicenca, descalzo.
Estoy de pié en el centro y empiezo a ver que hay a mi alrededor. Miro hacia arriba, abajo y a los lados. No hay nada. Giro sobre mi mismo y me da la sensación que el cubo también gira en el sentido contrario a mí. Me detengo y se detiene.
Me doy cuenta de que no todo es totalmente blanco. La luz, que no está exáctamente en el centro proporciona mas intensidad a unas zonas que a otras aplicando una fría escala de hielos y nácares a las paredes.
Ya no hay mas que hacer, la observación ha terminado. Así que empiezo a pensar. Sin querer y casi por defecto, aplico un fondo gaseoso blanco a mis recuerdos, como si una gasa del vestido de una novia envolviese la cámara antigua de mis vivencias.
Voy ubicando las etapas de mi vida en zonas. Construyo estanterías y habitáculos de sombras. Las de mi juventud en un sitio retirado, las de mis hijos en una zona gris clara con mucha luz, las gratas en una discreta esquina, con tres tonos de inquietante palidez ; y las ingratas, en el aire, flotando, densificando la luz, espesando el contraste del eco que producen las risas de los juegos de los niños de mi infancia.
Lentamente. el cubo empieza a girar y yo lo hago también en sentido contrario. Se que el cubo con el giro se va a hacer redondo, y después cónico, como un embudo. Y quiero resistirme, aunque sepa que no podré hacer nada. Se qué desembocará en una profunda espiral que irá adentrándose en el subsuelo de lo que haya en el exterior.
La luz se atenúa con el movimiento y el giro cada vez es mas rápido. Ahora los recuerdos está en fotos, estampados contra la pared, fotos animadas , pequeños vídeos que relatan trocitos de mi vida. Es una situación placentera ver cosas que había olvidado, mis padres, mis hijos... no me da tiempo a mirar a todo, están por todos lados. Lejos de inquietarme estiro el brazo para tocar la lámpara, esto me demostrará que estoy vivo, de que tengo que hacer algo, pero no llego. Así que me quedaré con la incertidumbre para siempre. Me quedaré viendo imágenes sin cesar...
Jose Baruco.
En el fondo del Mar
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Ya llevo un tiempo en el fondo del Mar. No se cuanto, y tampoco sé cuanto tiempo mas voy a estar.
Es un sitio, tranquilo, monótono, azulado. Es oscuro, en ocasiones se ve un resplandor en lo mas alto. Debe ser el sol.
Ya no salgo casi nunca a la superficie, me acostumbré a este lugar, tampoco lo hacen los peces que por aquí navegan.
No se si es de día o de noche, me da igual, no se si pasa el tiempo, y si es así, tampoco sé si es necesario.
Al principio me costó adaptarme, no veía nada. Me esforzaba en abrir los ojos y poco a poco fuí descubriendo matices de color de azul y gris para adivinar las formas del fondo marino y de las plantas y animales que se mecen al unísono.
Quise aferrarme a las rocas del suelo pero las corrientes, constantes y poderosas me arrastraban. Así que aprendí a deslizarme entre ellas. Me acariciaban mi cuerpo desnudo casi obscenamente y yo me dejaba.
Aprendí a escuchar lo que no oía, los ruidos del centro de la tierra, la llamada de la madre Naturaleza hacia su regazo de pureza. Me embriagué con los lejanos cantos de la ballenas, sordos, átonos, constantes , lejanos faros sonoros en la oscuridad.
Así que ahora deambulo por un océano de humo liquido, sin mas rumbo que el los violines de las ballenas y los susurros de las mareas.
Ya no respiro, ni como, ni bebo. "Inspiro" agua por la nariz y la expulso por la boca, lo aprendí de los peces que siempre están aquí, temerosos de mi compañia. No sé donde me duermo y tampoco sé donde me despierto.
Hoy he visto un pecio, un barco hundido. Era el único ser del fondo del mar que reconocía que era ese amasijo de hierro y objetos herrumbrosos y ya cubierto por los primeros mantos coralinos
Me causó curiosidad, así que me adentré entre sus bodegas y camarotes. Me encontré con restos de una vida terrestre, con objetos que vagamente me recordaban una vida anterior. Por un instante, mi mente hizo un viaje de miles de dias hacia el pasado y no logró recordar mas que un acantilado y el rompiente de las olas bajo mi fija y obstinada mirada a la blanca espuma que se batía en duelo con las rocas. ¡Dios mío¡ ¡Cuanto hace que estoy en el fondo del Mar¡
Una puerta abierta me condujo a un habitáculo, parecía la habitación de una dama. Todavía había ropas contra el techo, deshilachadas, muebles y objetos de madera que nunca saldrán de ese jaula submarina, historia que jamás se contará. Y allí estaba, de entre la nube de agua, apareció aquel espejo, grande, casi ya opaco.
Y me ví, Mis ojos ahora eran mas grandes y mi cara afilada, sin pelo y casi sin orejas. Ni tan siquiera tengo piernas , ni brazos, ni manos. Esto que escribo, no lo escribo, solo lo pienso. O creo que lo pienso.
No quise contemplar mas. Las letanías de las ballenas ya se oían lejos y no quería perder la guía sonora de mi senda marina.
No sé cuanto tiempo mas estaré en el fondo del Mar. tampoco se con claridad si esto es el Mar.
Jose Baruco.
Ya llevo un tiempo en el fondo del Mar. No se cuanto, y tampoco sé cuanto tiempo mas voy a estar.
Es un sitio, tranquilo, monótono, azulado. Es oscuro, en ocasiones se ve un resplandor en lo mas alto. Debe ser el sol.
Ya no salgo casi nunca a la superficie, me acostumbré a este lugar, tampoco lo hacen los peces que por aquí navegan.
No se si es de día o de noche, me da igual, no se si pasa el tiempo, y si es así, tampoco sé si es necesario.
Al principio me costó adaptarme, no veía nada. Me esforzaba en abrir los ojos y poco a poco fuí descubriendo matices de color de azul y gris para adivinar las formas del fondo marino y de las plantas y animales que se mecen al unísono.
Quise aferrarme a las rocas del suelo pero las corrientes, constantes y poderosas me arrastraban. Así que aprendí a deslizarme entre ellas. Me acariciaban mi cuerpo desnudo casi obscenamente y yo me dejaba.
Aprendí a escuchar lo que no oía, los ruidos del centro de la tierra, la llamada de la madre Naturaleza hacia su regazo de pureza. Me embriagué con los lejanos cantos de la ballenas, sordos, átonos, constantes , lejanos faros sonoros en la oscuridad.
Así que ahora deambulo por un océano de humo liquido, sin mas rumbo que el los violines de las ballenas y los susurros de las mareas.
Ya no respiro, ni como, ni bebo. "Inspiro" agua por la nariz y la expulso por la boca, lo aprendí de los peces que siempre están aquí, temerosos de mi compañia. No sé donde me duermo y tampoco sé donde me despierto.
Hoy he visto un pecio, un barco hundido. Era el único ser del fondo del mar que reconocía que era ese amasijo de hierro y objetos herrumbrosos y ya cubierto por los primeros mantos coralinos
Me causó curiosidad, así que me adentré entre sus bodegas y camarotes. Me encontré con restos de una vida terrestre, con objetos que vagamente me recordaban una vida anterior. Por un instante, mi mente hizo un viaje de miles de dias hacia el pasado y no logró recordar mas que un acantilado y el rompiente de las olas bajo mi fija y obstinada mirada a la blanca espuma que se batía en duelo con las rocas. ¡Dios mío¡ ¡Cuanto hace que estoy en el fondo del Mar¡
Una puerta abierta me condujo a un habitáculo, parecía la habitación de una dama. Todavía había ropas contra el techo, deshilachadas, muebles y objetos de madera que nunca saldrán de ese jaula submarina, historia que jamás se contará. Y allí estaba, de entre la nube de agua, apareció aquel espejo, grande, casi ya opaco.
Y me ví, Mis ojos ahora eran mas grandes y mi cara afilada, sin pelo y casi sin orejas. Ni tan siquiera tengo piernas , ni brazos, ni manos. Esto que escribo, no lo escribo, solo lo pienso. O creo que lo pienso.
No quise contemplar mas. Las letanías de las ballenas ya se oían lejos y no quería perder la guía sonora de mi senda marina.
No sé cuanto tiempo mas estaré en el fondo del Mar. tampoco se con claridad si esto es el Mar.
Jose Baruco.
El Tránsito
Por favor, póngame otra cerveza.
El autor de esta frase no es el típico estador de bares que ha convertido el local en un lugar de habitación permanente.
El autor de esta frase es un tipo joven, bién vestido, en apariencia culto, que en ocasiones habla con personajes puntuales y a los que les cuenta las cosas de sus viajes.
Viste traje, siempre aseado, con un maletín de portátil y un móvil que nunca utiliza. Siempre viene los viernes por la noche.
Bebe cerveza de importación, de las morenas, de las que bién tratadas con el juego de luces de la barra, se convierten en manás de espumoso oro.
Aunque la tiene,no hay prisa, hay que proceder al ritual, a la contemplación de la espuma, a la percepción de ese fuerte olor. El hombre la mira fíjamente, mientras se va produciendo la magia...
Es el momento, la luz ocre que emana la malta atraviesa dulcemente sus ojos y lo retrotraen a su semana de trabajo. Se ve con clientes, con gestiones de éxito, con residuos orales de conversaciones fructuosas. Le vienen ganas de contarlo,a su familia, de compartirlo y se promete hacerlo.
El primer trago de la cerveza es fantásrico, sensacional, es cuando ese micromomento de sensaciones concentradas y esa primera estancia en la boca se casan de una forma única.
Nuestro hombre ya está en su sitio, ya ha acabado la semana de trabajo. Y está en el tránsito hacia el fin de semana familiar. Ha comprado su recompensa, su medalla, y brinda consigo mismo sobre si mismo y sobre su misma utopía de felicidad.
La música del local, comienza a sonar redonda. Alguien del bar, ha puesto, de forma cómplice que delatan cruces de sonrisas y miradas, canciones evocadoras de los pianos de los años 80.
Y otra vez. No hizo falta mirar a los destellos de la copa, su mente se ha ido otra vez, las melodías acompañan a sus indomables deseos de futuro. Y se vé, se vé triunfando, ve lo que va a ser su vida a lo lejos con su familia, con sus proyectos cumplidos, sin límites, con la ambición propia de un solemne brindis.
Llega la hora de irse, a su casa con su familia. Su momento ha pasado, ha cruzado el tránsito, y esta vez sí, lo hará; Hablará con su mujer, con sus hijos, les inundará de sonrisas e ilusiones contando sus planes. Tiene fuerza, es poderoso.
Hola, ¿que tal el viaje?. Bién, como siempre, sin grandes novedades, muy cansado. ¿los niños? Acostados, mañana madrugan, tienen basket y tenemos que ir al super, a comprar ropa...
El autor de esta frase no es el típico estador de bares que ha convertido el local en un lugar de habitación permanente.
El autor de esta frase es un tipo joven, bién vestido, en apariencia culto, que en ocasiones habla con personajes puntuales y a los que les cuenta las cosas de sus viajes.
Viste traje, siempre aseado, con un maletín de portátil y un móvil que nunca utiliza. Siempre viene los viernes por la noche.
Bebe cerveza de importación, de las morenas, de las que bién tratadas con el juego de luces de la barra, se convierten en manás de espumoso oro.
Aunque la tiene,no hay prisa, hay que proceder al ritual, a la contemplación de la espuma, a la percepción de ese fuerte olor. El hombre la mira fíjamente, mientras se va produciendo la magia...
Es el momento, la luz ocre que emana la malta atraviesa dulcemente sus ojos y lo retrotraen a su semana de trabajo. Se ve con clientes, con gestiones de éxito, con residuos orales de conversaciones fructuosas. Le vienen ganas de contarlo,a su familia, de compartirlo y se promete hacerlo.
El primer trago de la cerveza es fantásrico, sensacional, es cuando ese micromomento de sensaciones concentradas y esa primera estancia en la boca se casan de una forma única.
Nuestro hombre ya está en su sitio, ya ha acabado la semana de trabajo. Y está en el tránsito hacia el fin de semana familiar. Ha comprado su recompensa, su medalla, y brinda consigo mismo sobre si mismo y sobre su misma utopía de felicidad.
La música del local, comienza a sonar redonda. Alguien del bar, ha puesto, de forma cómplice que delatan cruces de sonrisas y miradas, canciones evocadoras de los pianos de los años 80.
Y otra vez. No hizo falta mirar a los destellos de la copa, su mente se ha ido otra vez, las melodías acompañan a sus indomables deseos de futuro. Y se vé, se vé triunfando, ve lo que va a ser su vida a lo lejos con su familia, con sus proyectos cumplidos, sin límites, con la ambición propia de un solemne brindis.
Llega la hora de irse, a su casa con su familia. Su momento ha pasado, ha cruzado el tránsito, y esta vez sí, lo hará; Hablará con su mujer, con sus hijos, les inundará de sonrisas e ilusiones contando sus planes. Tiene fuerza, es poderoso.
Hola, ¿que tal el viaje?. Bién, como siempre, sin grandes novedades, muy cansado. ¿los niños? Acostados, mañana madrugan, tienen basket y tenemos que ir al super, a comprar ropa...
El Hombre de Negro
Desde la playa, donde jugábamos al fútbol, cuando ya casi no había mas luz que los tristes ocasos de los acantilados norteños veíamos todos los días llegar a un hombre Era el temible, el cruel Hombre de Negro.
Corríamos hacia las calles, despavoridos, sin mirar atrás ya que solo cruzar su mirada, era una maldición , un presagio de maldad, el preludio de una terrible maldición.
Decían los viejos que El hombre de negro, vivía en las cuevas del acantilado, en un sitio donde nadie ha estado jamás. Secuestraba a niños, mataba a los gatos que se encontraba en su camino, y robaba por las noches en las casas de los ancianos que vivían solos.
Nuestros padres nos contaban historias terribles, de lúgubres mazmorras y cadenas herrumbrosas de las carceles donde había morado, estaban atemorizados por él; nadie había que supiera cual era su nombre ni nadie había hablado con él.
Pero ahí estaba, todos los días, al anochecer aparecía, como de repente, tras una breve brisa de mar, caminando desde el otro lado de la playa, siempre en dirección al sol. Siempre solo, siempre de sombrero, siempre de negro.
El hombre de negro un día, desaparecío. Y nunca mas lo ví. Mientras tanto me mantuve ocupado construyendo una fortificación contra su terrible poder. Seguí los consejos de mis extintos padres, alimenté mis conocimentos, construí una familia y transmití el conocimiento del Hombre de Negro a mi hijos que hicieron lo mismo con sus hijos.
Me sentí seguro en mi castillo, fuerte, capaz de enfrentarme a él.
El tiempo hizo lo demás, imprimió solera a los sellos de las puertas que el miedo cerró. le dió ese tufo rancio de las habitaciones cerradas durante años pero que su interior hay muebles de exóticas vetas.
Hoy paseo por el ocaso de mi vida en una playa solitaría. Y a través de mis gafas del tiempo veo a los lejos un grupo de chicos que juegan al futbol. Casi no hay luz, solo unos pequeños destellos de un moribundo sol que se esconde tras las crestas arbóreas de los acantilados.
Se alertan, se paran se mirán y corriendo recogen sus cosas y se van hacia las calles, donde las luces de los bares les ofrecerán refugio.
Tienen miedo, y sus padres, con los platos de la cena en la mesa les dirán que soy yo, que yo soy el Hombre de Negro.
Jose Baruco
Grillos de Verano
Activa el audio. Oirás un sonido de noche de verano. Y esto evoca tu pasado. Quizás tu infancia, quizás los estíos con tus abuelos.
Empezarás a recordar como eras, como eran tus amigos, como era la casa, el fluir del río, de la fuente.... y poco a poco vas abriendo la puerta de la morada de tus sueños que desde entonces has ido edificando.
Te sientes agusto, reconfortado, es tu lugar. Es donde has construido tus objetivos, tus planes de vida, de familia, que todos los dias embelleces. Y es solo tuyo.
Es un lúgar de trabajo, no cabe la melancolía. Funciona como una máquina que tu alimentas con nuevos proyectos y ella te devuelve energia de vida.
Es un lugar perfecto.
Visualizas tu entorno, tu compañer@, tus hijos, y te inunda la sensación de ansiedad de hacer algo, algo que no has podido, algo que no te han dejado, algo para triunfar.
Piensas en por qué pasan los años y sigues estancado, donde está el freno que te paraliza y te torturas pensando en que quienes te rodean merecen mucho mas. Y te retuerces de impotencia
Poco a poco vas saliendo de la morada de tus sueños, hasta que cierras la puerta. Te reencuentras con los grillos, y te sientes fuerte.
Los tuyos están a tu lado, con sus cosas, conformes; pero tú eres un volcán, te sientes capaz de empezar ya, de no perder un minuto, y es lo que te prometes comenzar.
Los grillos siguen con su calurosa letanía Es la hora de irse de este lugar,
Jose Baruco.
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