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El Tránsito

Por favor, póngame otra cerveza.

El autor de esta frase no es el típico estador de bares que ha convertido el local en un lugar de habitación permanente. 

El autor de esta frase es un tipo joven, bién vestido, en apariencia culto, que en ocasiones habla con personajes puntuales y a los que les cuenta las cosas de sus viajes. 

Viste traje, siempre aseado, con un maletín de portátil y un móvil que nunca utiliza. Siempre viene los viernes por la noche. 

Bebe cerveza de importación, de las morenas, de las que bién tratadas con el juego de luces de la barra, se convierten en manás de espumoso oro.

Aunque la tiene,no hay prisa, hay que proceder al ritual, a la contemplación de la espuma, a la percepción de ese fuerte olor. El hombre la mira fíjamente, mientras se va produciendo la magia...

Es el momento, la luz ocre que emana la malta atraviesa dulcemente sus ojos y lo retrotraen a su semana de trabajo. Se ve con clientes, con gestiones de éxito, con residuos orales de conversaciones fructuosas. Le vienen ganas de contarlo,a su familia, de compartirlo y se promete hacerlo.

El primer trago de la cerveza es fantásrico, sensacional, es cuando ese micromomento de sensaciones concentradas y esa primera estancia en la boca se casan de una forma única.

Nuestro hombre ya está en su sitio, ya ha acabado la semana de trabajo. Y está en el tránsito hacia el fin de semana familiar. Ha comprado su recompensa, su medalla, y brinda consigo mismo sobre si mismo y sobre su misma utopía de felicidad.

La música del local, comienza a sonar redonda. Alguien del bar, ha puesto, de forma cómplice que delatan cruces de sonrisas y miradas, canciones evocadoras de los pianos de los años 80.

Y otra vez. No hizo falta mirar a los destellos de la copa, su mente se ha ido otra vez, las melodías acompañan a sus indomables deseos de futuro. Y se vé, se vé triunfando, ve lo que va a ser su vida a lo lejos con su familia, con sus proyectos cumplidos, sin límites, con la ambición propia de un solemne brindis. 

Llega la hora de irse, a su casa con su familia. Su momento ha pasado, ha cruzado el tránsito, y esta vez sí, lo hará; Hablará con su mujer, con sus hijos, les inundará de sonrisas e ilusiones contando sus planes. Tiene fuerza, es poderoso.

Hola, ¿que tal el viaje?. Bién, como siempre, sin grandes novedades, muy cansado. ¿los niños? Acostados, mañana madrugan, tienen basket y tenemos que ir al super, a comprar ropa... 



El Hombre de Negro



Desde la playa, donde jugábamos al fútbol, cuando ya casi no había mas luz que los tristes ocasos de los acantilados norteños veíamos todos los días llegar a un hombre  Era el temible, el cruel Hombre de Negro.

Corríamos hacia las calles, despavoridos, sin mirar atrás ya que solo cruzar su mirada, era una maldición , un presagio de maldad, el preludio de una terrible maldición. 

Decían los viejos que El hombre de negro, vivía en las cuevas del acantilado, en un sitio donde nadie ha estado jamás. Secuestraba a niños, mataba a los gatos que se encontraba en su camino, y robaba por las noches en las casas de los ancianos que vivían solos.

Nuestros padres nos contaban historias terribles, de lúgubres mazmorras y cadenas herrumbrosas de las carceles donde había morado, estaban atemorizados por él; nadie había que supiera cual era su nombre ni nadie había hablado con él.

Pero ahí estaba, todos los días, al anochecer aparecía, como de repente, tras una breve brisa de mar, caminando desde el otro lado de la playa, siempre en dirección al sol. Siempre solo, siempre de sombrero, siempre de negro.

El hombre de negro un día, desaparecío. Y nunca mas lo ví. Mientras tanto me mantuve ocupado construyendo una fortificación contra su terrible poder. Seguí los consejos de mis extintos padres, alimenté mis conocimentos, construí una familia y transmití el conocimiento del Hombre de Negro a mi hijos que hicieron lo mismo con sus hijos.

Me sentí seguro en mi castillo, fuerte, capaz de enfrentarme a él. 

El tiempo hizo lo demás, imprimió solera a los sellos de las puertas que el miedo cerró. le dió ese tufo rancio de las habitaciones cerradas durante años pero que su interior hay muebles de exóticas vetas.  

Hoy paseo por el ocaso de mi vida en una playa solitaría. Y a través de mis gafas del tiempo veo a los lejos un grupo de chicos que juegan al futbol. Casi no hay luz, solo unos pequeños destellos de un moribundo sol que se esconde tras las crestas arbóreas de los acantilados.

Se alertan, se paran se mirán y corriendo recogen sus cosas y se van hacia las calles, donde las luces de los bares les ofrecerán refugio.

Tienen miedo, y sus padres, con los platos de la cena en la mesa  les dirán que soy yo, que yo soy el Hombre de Negro.

Jose Baruco

Grillos de Verano

                                                                                                                     

Activa el audio. Oirás un sonido de noche de verano. Y esto evoca tu pasado. Quizás tu infancia, quizás los estíos con tus abuelos.

Empezarás a recordar como eras, como eran tus amigos, como era la casa, el fluir del río, de la fuente.... y poco a poco vas abriendo la puerta de la morada de tus sueños que desde entonces has ido edificando.


Te sientes agusto, reconfortado, es tu lugar. Es donde has construido tus objetivos, tus planes de vida, de familia, que todos los dias embelleces. Y es solo tuyo.


Es un lúgar de trabajo, no cabe la melancolía. Funciona como una máquina que tu alimentas con nuevos proyectos y ella te devuelve energia de vida.


Es un lugar perfecto.


Visualizas tu entorno, tu compañer@, tus hijos, y te inunda la sensación de ansiedad de hacer algo, algo que no has podido, algo que no te han dejado, algo para triunfar. 


Piensas en por qué pasan los años y sigues estancado, donde está el freno que te paraliza y te torturas pensando en que quienes te rodean merecen mucho mas. Y te retuerces de impotencia 


Poco a poco vas saliendo de la morada de tus sueños, hasta que cierras la puerta. Te reencuentras con los grillos, y te sientes fuerte. 


Los tuyos están a tu lado, con sus cosas, conformes; pero tú eres un volcán, te sientes capaz de empezar ya, de no perder un minuto, y es lo que te prometes comenzar.


Los grillos siguen con su calurosa letanía  Es la hora de irse de este lugar, 


Jose Baruco.