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El tercer vagón.


EL TERCER VAGÓN

Mis viajes en tren son raros. Son raros porque el tren vuela.

Si,si. Vuela, literalmente vuela.

En la estación mezclados entre el resto de los pasajeros, nos vamos reconociendo. Disimulamos ser personas normales y tener vidas normales. Un hombre de gafas leyendo un peridico, una joven con un smart que a veces sonríe y a veces llora, un hombre de color que va a mercar con una carro de la compra, una mujer de mediana edad, de las que los maquillajes no le ocultan los castigos de la vida...

Ya en el tren, siempre ocupamos siempre el tercer vagón. Casi siempre los mismos,siempre hay alguno nuevo y alguno que falta, y sentados en el mismo lugar. Equidistantes, sin hablar entre nosotros, pero ya preparándonos para el viaje, mirando todos hacia adelante, despojados ya de la careta de urbanidad que portábamos. Permancemos quietos , inmóviles, expectantes a que el tren arranque.

Éste comienza su camino y parece que este vagón se ha hecho hermético, nadie se sube ni se baja en las paradas. Nunca, jamás pasó un interventor y en las pantallas de información nunca se ve ni se dice cual es la próxima parada. Si la hay para este vagón.

Tras un oscuro y negro tunel, aparece un pequeño valle bastante cerrado, donde el tren casi toca la arboreda de los lados, y de repente un puente, un vacío y... el tren comienza a volar... Como en un coche que se sale de una autopista para una carretera secundaria, el vagón ha trazado una ruta curva y ascendente, de forma lenta y progresiva.

Es raro, en el vagón del tren oscurece, y en el exterior amanece, se ofrece un juego de luces extraño. Vamos dejando a nuestros pies las largas filas de luces de los coches, las luces de las casas y el mosaico de contrastes de las nubes encendidas por las primeras luces de la mañana.

Y los viajeros de este vagón de tren comenzazamos a sonrerir. Empezamos a movernos, lentamente, a mirar unos para otros,como maniquís que poco a poco despiertan de su sueño eterno.

Sabíamos que este momento iba a llegar, esperanzados de llegar a nuestro destino, donde se nos dará una plaza de estancia o un billete de vuelta. Despojados de nuestras ropas y ya semitrasnparentes, deambulamos por el vagón de un lado a otro, flotando, y vemos por las ventanas, que otros vagones, se van uniendo a la voladora procesión de la esperanza. Y cada vez mas y mas. Cientos de vagones de tren, hacia el incierto destino de la eternidad.


Y vamos llegando hacia una luz, un tunel de luz blanca, lechosa, El vagón pasa por el tunel y como de una explosión mental se tratase , un ser invisible pero presente nos hace visualizar nuestros actos desde nuestro último viaje. Y nos aprueba o nos descarta para quedarnos ya en el limbo de las ánimas o nos devuelve a nuestro origen, para que sigamos depurando nuestros actos y podamos preparar nuestro próximo viaje.

El vagón sale del tunel y comienza lentamente el descenso de nuestro regreso. No estamos todos los de antes, alguno se ha quedado. Sabemos que esta vez no ha podido ser. Y tristes y desanimados,comenzamos nuestra metamorfosis de vuelta a la purgación de nuestras vidas.

El hombre de las gafas, ya tiene gafas, y periódico, la chica vuelve a tener su móvil, y yo vuelvo a tener mi eterna ropa sucia y vieja.

El tren llega puntualmente a la estación. Del vagón numero tres, se han bajado menos viajeros y, de nuevo disfrazados de normalidad y de vidas cotidianas.

Dentro de quince dias. Volveré de nuevo a la estación. Volveré a coger el vagón número tres y espero que sea mi último viaje. Tarde o temprano, lo será y será otro quien ocupe mi plaza en el vagón número tres.

Jose Baruco.

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